"La pitonisa leyó la mano de la mujer lectora. En cada línea adivinó un capítulo de su vida: un comienzo feliz, un nudo en la garganta y un desenlace trágico. Desde ese día, la mujer lectora leyó entre líneas." (Esto y ESO). Raúl Vacas.

domingo, 31 de enero de 2016

El amor mató al hombre.

CAPÍTULO 3





Cuando abrió los ojos se encontró en medio de una habitación extraña. El techo era demasiado alto para llamarse habitación pero no lo suficiente como para ser una torre. "¿Será esto el cielo?" Había 7 puertas cerradas. "¿Esas puertas le llevaran al cielo? ¿El cielo existe?" Había una puerta abierta, pero fuera era todo tan oscuro que no reunió el valor suficiente para cruzarla. Entonces probó con todas las puertas cerradas hasta que dio con una en la que se habían dejado la llave en la cerradura. La quitó y miro por el hueco. Parecía un lugar apacible, se veía una colina de verde césped. Así que abrió la puerta con la llave y antes de salir, la dejó en una mesa. Una mesa de cristal que antes no estaba ahí. 
A partir de ahí su curiosidad y su necesidad de vivir una aventura lo llevaron lejos. Caminó tanto que le sorprendió mucho no tener callos en los pies y no tener hambre, ni sed. Llegó hasta un bosque. No se fijó pero las hojas de aquellos árboles eran azules. Y caminó sin miedo solo por ignorancia de lo que en aquel bosque se podría encontrar. Las ramas de los árboles se retorcían como lo hacen los tentáculos de un calamar y era difícil no quedarse atrapado. Encontró una hoguera apagada con un cerdo o algo parecido a un cerdo a medio cocinar, pero no se quedo allí, era demasiado fácil, seguro que era una trampa. Casi a las once de la noche se topó con un pueblo que había construido sus casas estrechas y alargadas entre los árboles. Se alegró de tener una oportunidad de no dormir a la intemperie en ese bosque. En aquel pueblo le recibieron de buen gusto y le otorgaron una casa donde refugiarse. Sin pedir nada a cambio, pues la hospitalidad de el bosque de los árboles de hojas azules es prodigiosa, no muy conocida pero sí prodigiosa. Casi parecía que lo habían estado esperando. 
Cuando se acabaron las aventuras y las sorpresas de aquel recóndito lugar, su cerebro no tuvo más remedio que entretenerse sacando a flote esos oscuros pensamientos que lo habían traído hasta allí. Desgarrando heridas y mojando almohadas.



Santiago García (Ilustración hacha por Santiago García)

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