Bécquer y el amor 2.2

Eric e Isabel.
Desde que se juntaron por primera vez poco tiempo tuvo que pasar para que ella le llenara la cabeza con sus delicadas esperanzas. Juntos escribieron su propio cuento con promesas hechas pluma y caricias de papel. Las vistas eran preciosas desde esa pequeña colina de esperanza que habían creado. Mas se puede recordar alguna que otra ocasión en la que
en una apasionada noche, no importaron las consecuencias, en las que él consiguió hacer que volara y riera y gritara. Ella encontró su corazón en las manos del joven. Así se fue contagiando poco a poco... día tras día, pero todo lo cura el tiempo, y su propio querer los fue consumiendo y el eterno romance que había entre aquellos que decían amarse comenzaba en él y terminaba en ella.

"Tú eras el huracán, y yo la alta
torre que desafía su poder.
¡Tenías que estrellarte o que abatirme...!
¡No pudo ser!
Tú eras el océano; y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén.
¡Tenías que romperte o arrancarme...!
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!"

“Si me quiere, vendrá a por mí.” –pensaba ella-. “Si la quieres, déjala libre.” –decía él.-

Y así se fue tejiendo el puente cada vez más robusto entre ambos, sendos corazones enfriándose, dedos en la llaga, las incongruencias entre los dos haciéndose cada vez más frecuentes hasta llegar a ser continuas y, por consiguiente, la distancia entre sus almas cada vez más y más grande.

“Me preguntan algunos, pero ¿cómo va a acabar eso? Y yo no sé cómo va a acabar, ojalá no acabe… Pero si acaba, ya se verá… Es como el amor,

que es

infinito

mientras dura.”

Ilustración hecha por Santiago García.