"La pitonisa leyó la mano de la mujer lectora. En cada línea adivinó un capítulo de su vida: un comienzo feliz, un nudo en la garganta y un desenlace trágico. Desde ese día, la mujer lectora leyó entre líneas." (Esto y ESO). Raúl Vacas.

jueves, 22 de octubre de 2015

Las fotos.

Esta debería ser la historia de una mujer que salió a por un libro y levantó tanto la tierra que le acabaron escribiendo uno. Pero no, esto no es más que la historia de la mujer de los llantos a capella. Una mujer que era más verdad que la lluvia o las mareas. La que a modo de huracán arrasó mi vida desde el principio, y aún no ha acabado. Y por eso la quería. Por eso la quiero. Pero creedme que la he visto en sus mejores y sus peores facetas, y no sé cuándo me gustó más; si cuando la observé proclamándose diosa, o cuando la contemplé confesándose humana.
Voy a empezar desde el principio.

Ella nunca ha sido de sonreír si no lo siente, ni de mantener poses estáticas ante el objetivo de una cámara. En esas típicas situaciones en las que todo el mundo fotografía como embobado un estúpido numerito o algún famosillo de poca monta, flores de un día de esas de máscara y fachada, aquellos que viven únicamente de sus caras, que, aunque bonitas, carecen de mayores aspiraciones, así como de algo relevante que expresar. En estas situaciones de las que hablo, ella sería esa que, a varios metros del grupillo, sostendría solemne la mirada en dirección al cielo. Ojalá de esos que tanto le gustan, de tardes de septiembre aproximadamente a las 19:49, ocasos etéreos en los que en cielo se quema y se rinde majestuoso a la vez que se consume, para dar paso, sin remedio, a los últimos vagos y resplandecientes halos de luz del día.
Ella también inmortaliza instantes. Pero ya no los afianza en simples galerías fotográficas, meros almacenes digitales desalmados. Eso le parecería desgarrar las entrañas de los instantes, un atentado contra su alma y contra su esencia. Ella, las fotos más bonitas se las guarda debajo del pecho. Y son esos ocasos los mismos que al mirar desde la ventana te vuelcan el corazón, abarrotan las cuatro paredes de tu habitación de margaritas de esas que sólo saben decir que sí, te arrancan de un plumazo todas las toneladas de tristeza y juro modestamente, que te visten de primavera y despiertan de nuevo tu lumbre por dentro.
Ahí fuera, el espectáculo continúa: sonrisas forzadas, flashes y carantoñas. Ahí dentro, desde ahí dentro, el mundo se ve de otra manera. Calma y poesía. Ella vive en su mente. Siempre lo ha hecho. Ahí no se hunde. Ahí no hay debilidades, ni bajezas morales, ni verdades a medias. Ahí hay lluvias torrenciales en épocas de estío. Una flor en medio de un campo en ruinas. Ella sola se cae y ella sola se lame las heridas. Pero es su vida. Y por eso brilla.
Tal vez esa sea su manera de salvarse. Tal vez por eso ella ya huya de lo material. Ya no haga fotos. Por todo eso de que las fotos están para recordarte lo que has perdido.
A su lado era todo distinto. Era como la vida ganando a la muerte.
Era como mirarse por dentro.
Era como quemarse.
A su lado era todo tan...
que ya no me acuerdo.
Lo sé por las fotos.

Andrea Tío.

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