Entelequia

Me preguntaba el otro día si se desvestirá la lluvia, del mismo modo en que ella nos desviste a nosotros al aullar y golpear con fuerza nuestras ventanas cerradas. Y ya se sabe, si llover y llorar suenan parecido, encuéntrale el sentido...
Recuerdo haber muerto alguna vez en esta orilla. Luego pienso que estás tú. Tú estás aquí. Tú no huyes.
Supongo entonces que el yunque que me aferra a la vida está fuera, lejos de mí. Y que a veces lo encuentro. Sólo cuando me pierdo, claro. O cuando no quiero encontrarme.
Ahí paro de pensar. Concluyo, en fin, que seguiré aferrada la vida, al menos hasta que ella se vaya con otro.

Ya no escribo tanto. Ya sólo me queda esto. Supongo que es porque ahora hago más buenas acciones. Las llaman buenas, aunque desconfío, así, de súbito, de si realmente lo son. ¿Hasta qué punto es algo bueno? ¿A partir de qué punto deja de serlo? ¿Son equidistantes el bien y el mal? ¿Cuánto pesa la consciencia? ¿Nos pesará, en fin, a todos por igual? Así que por eso hago pocas, porque me producen bienestar. Y el bienestar es raro y me quita de escribir. Y cuando soy feliz, odio escribir, que es lo que más me gusta. Decía Millás que no es posible ser feliz y hacer lo que a uno le gusta al mismo tiempo. De ahí todo lo de las incoherencias, las contradicciones, todo lo de la lluvia y lo de que tú estés aquí, lo de que tú no huyas. Lo de que seas, aquí, conmigo, y lo de que luego dejes de serlo.
¿Dónde van los hombres que piensan que van a alguna parte? ¿Cuánto vale la tristeza? ¿Se desvestirá la lluvia?
Vuelve a ser de noche. El mundo se apaga y algo aquí dentro se enciende. Y otra vez las quimeras deslumbrantes y cegadoras, y una premisa, férrea, redoblando en mi cabeza. Sigo sin saber, en fin, adónde voy cuando no me encuentro.

Andrea Tío