"La pitonisa leyó la mano de la mujer lectora. En cada línea adivinó un capítulo de su vida: un comienzo feliz, un nudo en la garganta y un desenlace trágico. Desde ese día, la mujer lectora leyó entre líneas." (Esto y ESO). Raúl Vacas.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Gaviotas

De verdad que no pensaba volver a escribir sobre esto.
Pero es que hasta las gárgolas se ablandan.
Mereces una revolución bajo tu nombre. Y yo me lo he repetido tanto que he acabado por montármela yo sola.

Tengo un pasado insomne. He querido como el que se arranca las costras. He dejado amores sin usar. He temido cumplir promesas que nunca hice, he vivido con el miedo en el pecho, he guardado balas con tu nombre en la recámara y he afirmado abrochándome la sonrisa que lo bueno de tener el corazón a pedazos es eso, que las flechas, tal como entran, salen.
Queda confesado. Traigo arena entre mis pasos, tapando huecos del pasado. Y desconfío hasta de mis propias manos. Pero me han hecho así, estoy hecha así, como otros están ya hechos a una enfermedad incurable.
Ya sólo me acuerdo de ti los días en que anochece. Y que sí, que a veces me duele el invierno, pero ya no como antes.
Supe también que al dejar de lamentarse uno aprende a mirar de otro modo.
Tal vez deberíamos aceptar la caducidad del paraíso, tolerar la intermitencia de la felicidad, no meternos más en la boca la palabra porvenir, y agradecer que estés aquí-y-ahora.
Tras la rabia del primer suspiro, y con todas estas dudas como traje de faena, saber que la valentía no está tan lejos te hace querer zafarte por un momento de los torniquetes. Y a veces encuentras el coraje para mirarte por dentro -para ser más grande por fuera-, encararte a la vida sin chaleco antibalas, sin bandera ni patria, sólo con plumas y calma...
Así que el valor debía ser esto. Hablarle a la cara al miedo. Separar el yo de los otros. Romper las rutinas definidas y los contratos.
Debía ser esto. Y tampoco está tan mal.
Algún día encerraré mis demonios y giraré la llave. Pero de momento, volarán. Porque no son gárgolas. Volarán como lo que son. Gaviotas. Porque lo merecen. Porque traerán la primavera, escribirán mi epitafio. Y cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, bordarán sobre la dura y gélida roca gris con palabras de rosas y alambre:
A todos aquellos que han descubierto
que hay vida antes de la muerte.

Andrea Tío.

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